De Getaria a Guéthary per la costa balenera basca

Esta ruta entre el viejo puerto guipuzcoano y el francés descubre la historia y el paisaje del Cantábrico vasco.  Gabi Martínez

https://viajes.nationalgeographic.com.es/a/getaria-a-guethary-por-costa-ballenera-vasca_17221

El oleaje vibrante y la temperatura cantábrica hacen de la costa vasca un paraíso de pescadores. Los 62 km que separan Getaria de la Guéthary vascofrancesa sintetizan muy bien la fuerza de esta cultura litoral marcada por la sardina, el atún o la anchoa, aunque el animal que aparece en los escudos de ambos pueblos es la ballena franca, aquí tan importante durante siglos que se la apellidó vasca. Ballena vasca.

Guéthary arrantzale
De hecho, el minúsculo puerto de Guéthary conserva la pronunciada rampa por donde los arrantzales (pescadores) deslizaban al animal. Y junto a la carretera destaca el Hotel Balea, antigua escuela reconvertida en un alojamiento que homenajea la memoria del cetáceo ahora invisible.

Una placidez bonvivant
Guéthary emana la placidez de su estación balnearia contrapunteada por las olas que a menudo rompen tensas en los –discretos–acantilados de Parlementia. Los frontones y las canchas de trinquete menudean entre casitas con patio y restaurantes que desbordan ostras y vino, y la atmósfera bonvivant se extiende hacia San Juan de Luz, donde el sol bruñe faros, casitas y atalayas con seductora coquetería.

Hondarribia florida
La asalvajada costa se industrializa al cruzar la frontera española. Los bloques de pisos aparecen como un golpe, pero Hondarribia recupera pronto el tono portuario y exquisito de una burguesía imponente por recia y clásica. Hay casas pintadas de vivos colores que lucen exuberantes macetas en el balcón, y la Parte Vieja brinda un impecable Conjunto Monumental de piedras limpias determinado por la arquitectura defensiva. Destaca el castillo de Carlos V, fortificación que fue transformada en parador.

El declive del chipirón
Los hondarribiarras se defendían tanto que su fecha de referencia es el Alarde, conmemorando la liberación de un asedio de 69 días que aconteció en 1638.

Durante el Alarde, los zuritos y el txakolí riegan a fondo los platos de besugo o bogavante salidos de cocinas estelares sublimadas con sencillez en el barrio de La Marina, al otro lado de los muros. En este hábitat de pescadores explican que cada vez cuesta más encontrar chipirones porque se los zampan los delfines, «esto lo podéis confirmar en Pasajes», de nombre oficial, Pasaia. Y allí, Txarli, el veterano piloto de La Motora que cruza la bocana conectando las orillas de San Miguel y San Juan, corrobora la debacle del chipirón mirando a la estatua de una batelera que empuña un remo bien alto. Del puerto de Pasaia también zarpa algún barco pesquero que ahora llega hasta la fosa de Capbreton para observar cetáceos, desde delfines comunes hasta cachalotes e incluso orcas.

Pasaia: el puerto femenino y el astillero de la memoria
Pasaia es un símbolo de la influencia femenina en los puertos, porque cuando los hombres desaparecían durante meses obligados por la pesca de altura, las mujeres se encargaban del pueblo. De cruzar la bocana remando, también. Este enclave industrial donde a diario se funde el trajín de las grúas con el de trenes y barcos, ha dado generaciones de remeras, y su equipo de traineras femenino es el que ha ganado más Ligas.

Los peregrinos jacobeos suben a La Motora para cruzar a San Juan, donde está Albaola, astilleros especializados en reconstruir naves de época que también disponen de un museo en el que se explica cómo los vascos lideraron el comercio ballenero mundial hasta el siglo xvii. En su interior hay chalupas, traineras, barcos corsarios en fase de construcción, aunque la estrella es la réplica que están haciendo de la nao San Juan, descubierta en la canadiense Red Bay en 1978 gracias a las pesquisas de Selma Huxley. National Geographic le dedicó la portada de su número de julio de 1985.

La penúltima ballena capturada y el Puerto Viejo de Donosti
Albaola se ubica en una cala del monte Ulía. Al otro lado se tiende Donostia, otro de los puertos de donde salen barcas para observar cetáceos. La cofradía de pescadores tiene un local al final del Casco Viejo donde se pueden consumir o adquirir conservas de toda esta costa. Del bonito de Bermeo a la caballa de Ondárroa pasando por la ventresca de Zumaia. Preparados al natural, al aceite de oliva virgen, ahumados o, claro, a la donostiarra. Unos metros por encima del Casco Viejo, con amplias vistas a la playa de La Concha, el Aquarium ofrece una visita que inaugura el esqueleto de la penúltima ballena cazada con chalupa en el País Vasco, la última con arpón, porque a la de Orio le tiraron dinamita.

Orio 100% marinero
En 1901. Pese a la falta de épica, los de Orio dedicaron a aquel momento una canción, una plaza y una fiesta que se celebra el 14 de mayo de cada cinco años. La conmemoración dramatiza la captura con una ballena de corcho, pero mimando al muñeco para evidenciar que aquello no se repetirá.

El Orio antiguo se levantó en lo alto de una colina, de cara a la ría. El ascenso es un placer que, desde la iglesia de San Nicolás, permite viajar al Medievo entre casas como palacetes que en buena parte se mejoraron gracias al mar: construyendo galeones, comerciando con hierro o pescando chicharro y verdel. Se trata de edificios muy bien restaurados, con blasones, muros, puertas y balcones trabajados al detalle. Y como aquí nació el escultor Jorge Oteiza, se encuentran obras suyas por numerosos rincones.

Getaria y su horizonte
La línea de costa continúa hacia Zarautz, donde han cambiado las chalupas por el surf. Y, siguiendo la carretera al filo de un mar que cuando sopla viento rocía los vehículos como un diluvio, aparece la otra Getaria. Aquí amarra una de las flotas pesqueras más robustas del norte, y vale singularmente la pena acudir a una subasta y tapear o comerse una sopa de pulpo. Siempre al amparo del monte y el promontorio que forman una silueta que algunos asocian a un roedor, y lo llaman el Ratón de Getaria. En su cresta se apostaban años ha los vigías. Los restos de la atalaya pueden verse en el área donde se erguía el faro. Hay quien, desde esa cima, aún estira la mirada al nordeste como si fuera posible avistar el perfil de la otra Getaria.

Pasaia: el port femení i la drassana de la memòria
Pasaia és un símbol de la influència femenina als ports, perquè quan els homes desapareixien durant mesos obligats per la pesca d’alçada, les dones s’encarregaven del poble. De creuar la bocana remant, també. Aquest enclavament industrial on cada dia es fon el tràfec de les grues amb el de trens i vaixells, ha donat generacions de remeres, i el seu equip de traineres femení és el que ha guanyat més Lligues.

Els pelegrins jacobeus pugen a La Motora per creuar Sant Joan, on hi ha Albaola, drassanes especialitzades a reconstruir naus d’època que també disposen d’un museu on s’explica com els bascos van liderar el comerç balener mundial fins al segle xvii. Al seu interior hi ha xalupes, traineres, vaixells corsaris en fase de construcció, encara que l’estrella és la rèplica que estan fent de la nau San Juan, descoberta a la canadenca Red Bay el 1978 gràcies a les indagacions de Selma Huxley. National Geographic li va dedicar la portada del seu número de juliol de 1985.

La penúltima balena capturada i el Port Vell de Donosti
Albaola s’ubica en una cala de la muntanya Ulía. A l’altra banda s’hi tendeix Donostia, un altre dels ports d’on surten barques per observar cetacis. La confraria de pescadors té un local al final del nucli antic on es poden consumir o adquirir conserves de tota aquesta costa. Del bonic de Bermeo al verat d’Ondàroa passant per la ventresca de Zumaia. Preparats al natural, a l’oli d’oliva verge, fumats o, és clar, a la donostiarra. Uns metres per sobre del Casc Vell, amb àmplies vistes a la platja de La Concha, l’Aquarium ofereix una visita que inaugura l’esquelet de la penúltima balena caçada amb xalupa al País Basc, l’última amb arpó, perquè a la d’Orio le van llençar dinamita.

Orio 100% mariner
El 1901. Tot i la manca d’èpica, els d’Orio van dedicar a aquell moment una cançó, una plaça i una festa que se celebra el 14 de maig de cada cinc anys. La commemoració dramatitza la captura amb una balena de suro, però mimant el ninot per evidenciar que allò no es repetirà.

L’Ori antic es va aixecar dalt d’un turó, de cara a la ria. L’ascens és un plaer que, des de l’església de Sant Nicolau, permet viatjar a l’Edat Mitjana entre cases com a palauets que en bona part es van millorar gràcies al mar: construint galions, comerciant amb ferro o pescant llard i verdel. Són edificis molt ben restaurats, amb blasons, murs, portes i balcons treballats al detall. I com que aquí va néixer l’escultor Jorge Oteiza, hi ha obres seves per nombrosos racons.

Getaria i el seu horitzó
La línia de costa continua cap a Zarautz, on han canviat les xalupes pel surf. I, seguint la carretera a tocar d’un mar que quan bufa vent ruixa els vehicles com un diluvi, apareix l’altra Getaria. Aquí amarra una de les flotes pesqueres més robustes del nord, i val singularment la pena acudir a una subhasta i tapejar o menjar-se una sopa de pop. Sempre a l’empara de la muntanya i el promontori que formen una silueta que alguns associen a un rosegador, i en diuen el Ratolí de Getaria. A la carena s’apostaven anys ha els guaites. Les restes de la talaia es poden veure a l’àrea on s’alçava el far. Hi ha qui, des d’aquest cim, encara estira la mirada al nord-est com si fos possible albirar el perfil de l’altra Getaria.